Alias María

Los colombianos hablamos con groserías, y nos enorgullecemos de eso. “¿Hace cuánto se quedó dormido, maricón? Voy a hacer que lo fusilen, chino marica”; “Apague esa mierda”, “Prenda esa mierda”; “¿Usted no tiene que ir a montar sus güevonadas?”; “Cállese o la mato, vieja hijueputa”: nada suena más natural que meter en el habla una que otra grosería. Los güevones, los maricones, los hijueputazos nos fluyen, se sienten auténticos. Así es en Alias María. Las veces en que los personajes no dicen maricón o hijueputa, en cambio, el lenguaje de la película se siente recitado, cuando no abiertamente artificial (“Vuelvan a sus labores: acá nos tardamos veinte minutos”). Este es un problema tanto del guión, que no captura nuestro lenguaje (¿desde cuándo la gente aquí se tarda en lugar de demorarse en hacer las cosas?), y de los actores, que no se adueñan de las palabras del libreto.

Y eso que los actores no hablan mucho. Caminan, eso sí, por la selva. Y las selvas están llenas de bichos. De gusanos, que se retuercen sobre la tierra; de hormigas, que llevan de un lado para otro, encima, pedazos de plantas, de insectos, más grandes que ellas mismas y que superan de lejos su propio peso. En la película de José Luis Rugeles los vemos de vez en cuando, alternando con las imágenes de los guerrilleros que, morral al hombro, soportan a cuestas lo necesario para armar campamento. Porque tienen que desarmarlo y echar a andar cuando un helicóptero sobrevuela el lugar donde se habían instalado. Y entonces a cuatro de ellos les encargan una misión: transportar al bebé del comandante sano y salvo y en secreto. En la guerrilla no se permite a las mujeres tener bebés, pero se hace una excepción con la mujer del comandante. A las demás —a otra de ellas, como vemos al principio para que quede muy claro— se les hace abortar con ayuda de un médico.

María está embarazada, y no quiere perder a su bebé. Por eso no le ha dicho nada al papá, el guerrillero que lidera la misión de llevar al hijo del comandante. En esta tarea los acompañan otro guerrillero adulto y, gracias a su intervención, también —como María— otro menor: no es difícil imaginar hacia dónde van las cosas. El reclutamiento de niños, las tomas paramilitares, el destino de los colaboradores de la guerrilla, la crueldad de quienes tienen el poder y la prohibición de tener hijos en la selva, a pesar de que son los mismos guerrilleros quienes se acuestan con las guerrilleras, son algunos de los temas que se tocan en la película, mientras María mantiene en secreto su embarazo y cuida al bebé que le encargaron. Alrededor de eso, del embarazo y del recién nacido, y de lo que va a pasar con ambos, gira Alias María, pero la tensión se disipa en las escenas innecesariamente largas y en los giros un poco predecibles de los acontecimientos. Además, claro, de que el discurso de los personajes no resulta convincente. Con todo esto, es difícil que la película funcione. El resumen de la sensación que deja, en cambio, tal vez se pueda encontrar al final, cuando la música permite saber que la función está a punto de acabar. Entonces entra un piano que no cuadra del todo: suena extraño, ajeno. Fuera de lugar. Y no termina de encajar con la historia ni se ajusta, tampoco, a lo que vemos en la pantalla en ese momento.

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