Tres Navidades

Quim Monzó

Acantilado

Llega diciembre y, con su alegría, regresan los fantasmas de las Navidades pasadas: vuelve la historia tantas veces versionada de un hombre tacaño que termina cambiando su forma de ser; vuelve la trama en la que un monstruo verde intenta robarse la celebración; regresan los héroes animados que salvan al mundo de la oscuridad; aparece otra vez un hombre que se convierte en muñeco de nieve después de morir en un accidente de tránsito. También yo, para empezar a cerrar el año como se debe –con repeticiones–, volví a leer Tres Navidades, de Quim Monzó. En una de esas Navidades, la protagonista vuelve, como cada año, a repetir los mismos gestos: grita que tiene cerillas para vender, corre hacia una ventana donde escucha unas risas infantiles, prende uno de los fósforos que nadie le compra, se consuela diciéndose que le quedan muchos, enciende otro y tira todos menos uno al suelo para que se mojen con la nieve. Sabe que está atrapada y quiere salir de su encierro, pero no puede evitar los gestos que un escritor la condenó a repetir año tras año.

Mientras en ese cuento la normalidad es una monotonía cíclica de la que la cerillera inventada por Andersen quiere escapar, en “Blanca Navidad” hay una versión distinta de lo normal: “Al principio todo iba normal, si por normal se entiende que un ser fabuloso, de rizos rubios hasta los hombros y alas de pluma de oca, como las que a veces se escapan por las costuras de los edredones, bajara hasta la casa de María y, allí, en el atrio de columnas románicas –eso sí que resultaba extraño: columnas románicas en Nazaret– le anunciara la buena nueva”. Aquí todo es normal, dentro de lo extraños que resultan los pesebres, donde se pueden mezclar toda clase de cosas, desde los protagonistas de la Navidad hasta pequeñas figuras un poco más actuales, como carros, algún Papá Noel, campesinos en ruana o un cura con paraguas. La cosa va normal en medio de estos anacronismos, hasta que María tiene no uno, sino dos hijos.

En cambio, lo que sucede en “La comisión” no es normal, pero casi. A quienes preparan las celebraciones de Reyes Magos les entra el afán de inclusión: ¿cómo es que los tres Reyes Magos son siempre hombres, siempre dos blancos y uno negro, siempre representantes de “una opción hereditaria que no pasa por el referendo de las urnas”? ¿Por qué siempre el Rey Mago negro tiene que ser Baltasar? ¿Por qué no puede ser Melchor o Gaspar, por qué no hay una mujer, por qué ninguno de ellos es gay, anciano, joven, discapacitado, diabético? Aquí la corrección política se toma la Navidad, así como se ha tomado ya tantas cosas, y el resultado es divertido, por lo ridículo de la ficción –como no es divertido cuando este tipo de ridiculeces va en serio–.

“La comisión” es tal vez el que más me gusta de los tres cuentos y es definitivamente donde las ilustraciones de Ramón Enrich se ponen mejores. Porque el libro viene con ilustraciones, y es, a diferencia de la mayoría de los títulos de Acantilado, de tapa dura; es decir que la belleza de la edición se suma al valor de los cuentos. Y estos cuentos, estas tres Navidades, muestran nuevas realidades creadas a partir de las historias que siempre repasamos por esta época. Yo ya los releí este año, y creo que podrían convertirse –por qué no– en historias que también sigan viniendo, en fantasmas de Navidades futuras.

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