Adiós Europa, adiós

Óscar Collazos

Seix Barral

Para escribir una historia ambientada en París con todos los clichés del caso hacen falta: un hombre que vive en una buhardilla, menciones de libros de autores franceses y gringos, trago a montones, mucho sexo, ojalá sórdido, el recuerdo de un país lejano que se añora o se desprecia y, por qué no —¿o por encima de todo?—, un artista atribulado, en lo posible un pintor. Un autor de los llamados jóvenes que quisiera escribir un relato con todos estos elementos tendría que ir con mucho cuidado, porque se estaría adentrando posiblemente en el más común de los lugares para un escritor después del boom. Entre los escritores colombianos que se dieron a conocer inmediatamente después de los del boom está Óscar Collazos, que como tantos de sus coetáneos vivió en Europa —en Barcelona— durante años (es decir, hace tiempo que dejó de pertenecer a esa esquiva categoría de los jóvenes escritores). Uno podría de pronto pensar que por pertenecer a un autor activo tras el momento en que la marea de la literatura latinoamericana estaba en su punto más alto de popularidad, un cuento así, con todos los clichés descritos, no parecería tan trillado, sino que ayudaría tal vez a reforzar el mito del escritor latinoamericano en París —como pasa, por ejemplo, con los cuentos de Bryce Echenique—. Pero “Adiós Europa, adiós” (tal cual, sin la necesaria coma vocativa), publicado en el muy posterior al boom año 2000, suena más a incapacidad para olvidar el lugar común que a los últimos y definitivos pincelazos de la leyenda del inmigrante bohemio en la literaria capital de Francia.

No tengo problemas con las historias que hablan de lecturas —Bolaño, por ejemplo, nos acostumbró a excelentes historias en las que los protagonistas parecen ser casi siempre los libros de otros, y a Vila-Matas, por nombrar otro caso, parece que le resultara imposible escribir ficciones sin tomar prestadas las ficciones de sus colegas—, pero esas lecturas deben mencionarse en la historia por una buena razón, para que no parezcan la lista de un escritor que quiere hablar de su formación o sus entusiasmos sin otro motivo que compartir lo que ha leído (o que ha leído; hay muchos casos en que sobra el artículo). Esa es la impresión que deja el primer cuento de este libro; en el segundo, “Soledad al final del coche cama”, en el que el protagonista lee Extraños en un tren, de Patricia Highsmith, ya las cosas cambian. Y cambian para bien. Aquí el viejo piensa en la lectura interrumpida, en el destino de los protagonistas, mientras busca a su esposa en el tren donde parece haber desaparecido; la ficción del libro irrumpe en la realidad y llama constantemente la atención del protagonista, propenso a dejarse llevar por las figuraciones.

El protagonista de “Alguien llama a mi puerta” comparte esta propensión: escucha golpes en la puerta de su apartamento en Cartagena y sueña que quien llama es Rebeca, la mujer que lo dejó “sin decir esta boca es mía” tres meses antes. En su caso, lee con entusiasmo Sostiene Pereira y tiempo después, cuando los llamados a su puerta, verdaderos o falsos, han acaparado la atención de sus noches, intenta leer sin éxito una de las novelas de Maqroll el Gaviero. Pero los cuentos de Adiós Europa, adiós comparten algo más que referencias a lecturas, afortunadas unas veces y otras no tanto. Como Rebeca, por ejemplo, el hijo de la protagonista de “Invitada del tiempo” se fue sin dar explicaciones, y dejó atrás a su hijo al cuidado de la abuela, que con amargura dice: “Traté de educarlo hasta donde pude”. A perseguir el éxito se fue del país Claudio, el hijo mayor de la mujer de “La visita, siempre aplazada”, y finalmente lo consiguió: los periódicos hablan de él e incluso una vez le hicieron una entrevista de una hora en televisión nacional. Por eso, su regreso es un acontecimiento, sobre todo para su mamá, que se esmera como nunca lo ha hecho por dar la mejor de las impresiones durante su visita.

Tanto en “Invitada del tiempo” como en “La visita, siempre aplazada” se abordan las difíciles relaciones de familia; en ambos hay mamás decepcionadas. “Amor de madre” y “El revés de la trama”, que toma prestado su título de la traducción de The Heart of the Matter, de Graham Greene, los dos más cortos entre los ocho cuentos del libro, tratan también de un aspecto particular de la crianza. ¿Hasta qué punto es justificado un castigo? ¿Cuándo se regaña a los hijos para que aprendan y cuándo para que los demás aprendan que uno sabe criarlos? ¿Quién sufre más con la severidad del regaño? ¿En qué caso un castigo es una reprimenda y en qué caso una venganza? ¿Hasta qué punto es excesiva la pena impuesta por un mal comportamiento? Estos dos cuentos, además, son los únicos que transcurren en un escenario indeterminado, porque se refieren exclusivamente al ámbito doméstico. Cada uno de los demás tiene en cambio un escenario bien definido: además de París y Cartagena, Collazos ambienta sus cuentos en España, Cali, Bogotá y su natal Bahía Solano.

Bogotá es el escenario del cuento de cierre, “Mariposa sin alas”, donde los últimos que la vieron y la policía cuentan cómo fue su última noche y especulan sobre la muerte de Mariposa, una prostituta nacida en Tunja bajo el nombre de Nicolás Herrera Ríos. Lo de Mariposa es tal vez muy obvio, con su transformación de hombre a mujer, como es un poco obvio el nombre de Estela (es tela), la mujer que ayuda a satisfacer sexual y artísticamente al pintor que no sabe cómo terminar su díptico en el primero de los cuentos. Adiós Europa, adiós, sin embargo, logra alzarse sobre sus obviedades. Más allá de los clichés con que empieza el libro, y más allá de algunas torpezas menores, las historias están bien tejidas, y al final, como a sus personajes, sabemos que algo se nos ha escapado: los protagonistas van a tientas, pero el autor que los ha inventado, por suerte, no parece ir tan a tientas como pudo parecer en un principio.

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